Nuestra iglesia es dependiente de la Open Espiscopal Church (OEC). Una entidad religiosa nacida en el Reino Unido, perteneciente al Consejo Internacional de Iglesias Comunitarias (ICCC), que es miembro del Consejo Mundial de Iglesias (WCC), y miembro de Iglesias Unidas en Cristo (2008). A su vez, pertenecemos a la Comunión de Iglesias de Tradición Católica y Apostólica (CITCA).
Pertenecemos a la Única y Santa Iglesia Católica y Apostólica de Cristo. Nuestra Iglesia es verdaderamente católica y cristiana en el sentido de que es apostólica, universal, que abarca todo y todos inclusive.
La Open Episcopal Church (OEC) es una iglesia ecuménica porque promovemos la unidad de todos los cristianos, aceptando todos los primeros Concilios Ecuménicos de la Iglesia Cristiana hasta el momento del Gran Cisma Cristiano de Oriente y Occidente (1054). Fomentamos el diálogo interreligioso y la cooperación con otras iglesias/congregaciones, para ayudar a crear una mejor comprensión de la espiritualidad y la del bien común.
Somos una iglesia inclusiva, donde damos la bienvenida y ofrecemos amor incondicional a todas las personas sin excepción, ofreciendo una invitación abierta a todos y a todas para recibir, compartir y beneficiarse de los sacramentos y de la vida cristiana, proporcionando una comunidad que no tiene muros, barreras o exclusiones. Al igual que Jesús, nos acercamos a todos, proporcionando una verdadera experiencia de relación cristiana, compasión y cuidado.
Así pues, la iglesia administra los siete sacramentos (Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Matrimonio, Penitencia o Reconciliación, Orden Sacerdotal y Unción de los Enfermos) a todos sin excepción de raza, color, o identidad sexual.
Sucesión Apostólica
El episcopado histórico de la Open Episcopal Church (OEC) tiene su origen en la Antigua Iglesia Católica de los Países Bajos y en la sede arzobispal de Utrecht, quien se estableció en Inglaterra en el año 1908.
Por tanto, impartimos válidamente los sacramentos, tal y como se reconoce en la Constitución Lumen Gentium y en el Decreto del Concilio Vaticano II Unitatis Redintegratio de la Iglesia Católica Romana:
«La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro. Pues hay muchos que honran la Sagrada Escritura como norma de fe y vida, muestran un sincero celo religioso, creen con amor en Dios Padre todopoderoso y en Cristo, Hijo de Dios Salvador; están sellados con el bautismo, por el que se unen a Cristo, y además aceptan y reciben otros sacramentos en sus propias Iglesias o comunidades eclesiásticas. Muchos de entre ellos poseen el episcopado, celebran la sagrada Eucaristía y fomentan la piedad hacia la Virgen, Madre de Dios. Añádase a esto la comunión de oraciones y otros beneficios espirituales, e incluso cierta verdadera unión en el Espíritu Santo, ya que El ejerce en ellos su virtud santificadora con los dones y gracias y a algunos de entre ellos los fortaleció hasta la efusión de la sangre. De esta forma, el Espíritu suscita en todos los discípulos de Cristo el deseo y la actividad para que todos estén pacíficamente unidos, del modo determinado por Cristo, en una grey y un único Pastor. Para conseguir esto, la Iglesia madre no cesa de orar, esperar y trabajar, y exhorta a sus hijos a la purificación y renovación, a fin de que la señal de Cristo resplandezca con más claridad sobre la faz de la Iglesia». (L.G 15)
«Puesto que estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos y, sobre todo por su sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, por los que se unen a nosotros con vínculos estrechísimos» (U.R 15)